lunes, 9 de marzo de 2009

EL GÉNERO POLICIAL: HELENISTAS CONTRA JUDÍOS

Por Sebastián Pineda

La discusión discurrió en Medellín a finales del 2001. Zigzagueábamos del aeropuerto de Rionegro al Valle de Aburrá por la carretera de Santa Helena. Hablábamos de la posible presencia sefardita en el poblamiento de Antioquia, lo que explicaba tanta violencia. Para congraciarme con el viejo criminalista de origen francés, Michel Duran, a quien habíamos recogido en el aeropuerto porque venía a Colombia para dictar una conferencia sobre inviestigación criminal a funcionarios del DAS y del CTI (o a investigadores privados como yo), recité un poema de memoria escrito hace cien años por Gregorio Gutiérrez González. El poema fue compuesto contemplando a Medellín desde Santa Helena.

De una ciudad, el cielo cristalino
Brilla azul como el ala de un querube,
Y de su suelo cual jardín divino
Hasta los cielos el aroma sube;
Sobre ese suelo no se ve un espino,
Bajo ese cielo no se ve una nube…
… Y en esta tierra encantadora habita…
La raza infame, de su Dios maldita.
Raza de mercaderes que especula
Con todo y sobre todo. Raza impía,
Por cuyas venas sin calor circula
La sangre vil de la nación judía;
Y pesos sobre pesos acumula
El precio de su honor, su mercancía,
Y como sólo al interés se atiende,
Todo se compra allí, todo se vende.

El viejo criminalista no lo creyó sino hasta el otro día cuando, del hotel Nutibara, salimos a caminar por el centro de Medellín. “Acá todo se compra y todo se vende”. "Te venden hasta un hueco". En efecto, no cabía de la sorpresa al oír ofertados a mil pesos, por comerciantes del rebusque, ladrillos y piedras del las Torres Gemelas. En 1990, le dije, vendían esos mismos escombros pero decían que eran del Muro de Berlín. Cuando les preguntamos esa vez si no nos estaban engañando, nos mostraron fotografías de ellos mismos en Manhattan junto a las ruinas. “Son de las Twin Towers, por mi Dios bendito”, juraron los culebreros. Todo se lo dejaban a Dios.

En la conferencia, el viejo criminalista expuso brillantes métodos analíticos para la solución de crímines. Todos aplaudieron. A la salida, sin embargo, lo abordé. “Ni siquiera cien Sherlolk Homes de Scotland Yard y la CIA - le dije - darían abasto para resolver tantos complots, intrigas y asesinatos por aquí”. "Claro" - me respondió Michel Duran -: "estas sociedades no se rigen por el racionalismo anglosajón ni francés, que es el que yo tengo". "Acá" - le insistí - "las indagaciones sobre un asesinato terminan con respuesta sencillas: lo quebraron por marica; lo mataron por bobo y por güevón; o simplemente, porque mi Dios así lo quiso”. Todo se lo dejan a Dios. ¡Qué Dios tan cruel y terrible el del judeocristianismo!, ¿no? Basta leer el Antiguo Testamento para temblar del susto cuando el pobre Abraham dudaba, hesitaba cuando recibe las órdenes crueles, implacables de ese Dios sediento de los desiertos del Medio Oriente. Y los odios y envidias contra el paganismo, contra el mundo helénico, contra Babilonia...

Entonces el viejo francés se picó de erudición. Pidió otra botella de vino en el bar del hotel Nutibara. Y hasta medianoche estuvo contándome el verdadero origen del género. Me dijo lo siguiente. Seré breve.

El género policial se apoya en la tragedia griega. Su lógica está en "Edipo Rey". Es el único caso en la literatura policíaca en que el detective, después de un diáfano y honrado proceso de investigación, descubre que él mismo es el asesino de su padre. Sófocles rompió las reglas antes que las reglas se inventaran. O simplemente creó las primeras excepciones a la regla que él mismo había creado. Las mejores piezas policiales de nuestro tiempo no hacen sino volver sobre los dramas griegos. La estructura por supuesto varía mucho, sobre todo cuando los dramaturgos helénicos no acudieron al narrador omnisciente sino a los mensajeros a quienes se encomienda el relato de los hechos que no acontecen en escena y con los cuales se menciona la acción ausente, o mejor, al oráculo que ya lo sabe todo antes de que la historia culmine. El Oráculo fue reemplazado por el narrador omnisciente. Yo diría que las grandes novelas no se llaman policiales por prurito académico. Pero "Cien años de soledad" no es sino una dilatación de un fusilamiento, de una muerte, porque hasta posee su propio oráculo que es Melquíades. También lo es "Don Quijote". El oráculo en Cervantes es Cide Hamete Benengeli. La "Biblia" también está llena de thriller, intrigas y crímines, sólo que triunfa el infantilismo, un poder sobrenatural, no el del ser humano. Sólo el helenismo sigue concibiendo al hombre en su auténtica dimensión, en cuanto humano, digan lo que digan los católicos reeinvindicados, como Chesterton.

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